Mi nombre es Marisol Garcia de Castro y llevo mucho tiempo como voluntaria del Rastrillo Aragón. Desde siempre he conocido la labor social que realiza la Fundación Federico Ozanam atendiendo las necesidades de aquellos que se encuentran con graves dificultades, tanto socio económicas como asistenciales.
A lo largo de todos estos años, como voluntaria y coordinadora del Rastrillo Aragón, he podido constatar por mi misma la importancia que tiene la acción del voluntariado para que la Fundación pueda llevar a cabo los programas de su extensa obra social. Yo conocía las distintas formas de voluntariado que podían realizarse dentro de la Fundación, pero siempre seguía centrada en el Rastrillo.
Un buen día, de pronto, sentí que podía hacer algo más por aquellas personas que tanto nos necesitan y que después de atender mis obligaciones profesionales o cotidianas, todavía podía estirar mi tiempo libre para ayudar allí donde hiciera más falta.
Soy licenciada en filología hispánica, y por eso me sentí muy atraída en colaborar con la formación e integración social de aquellas personas que vienen de un país extranjero y se encuentran con la dificultad del idioma, de la cultura, etc. Fue así como me planteé este reto solidario, convencida de que estos pequeños gestos pueden cambiar toda una vida.
Así entré a formar parte del voluntariado de acción social que bajo la supervisión de Olga Otero, enseña a un grupo de 12 inmigrantes a desenvolverse en nuestro país. Son todas mujeres, diez son de Marruecos, una de Argelia y la última de Ghana. Lo más difícil, al principio fue aprenderse los nombres, luego poco a poco te vas familiarizando con ellos. Lo que más me impresionó fue lo respetuosas y cariñosas que eran conmigo.
Viene con mucha ilusión e interés y son muy receptivas a todo lo que les explicas. Casi todas están cargadas de muchos problemas y amarguras, pero eso no les impide acudir a clase siempre con entusiasmo.
Es el único momento del día en que hablan español, pues en sus casas no se lo permiten, así que ésta es la única ocasión de practicarlo. Su cultura es muy distinta a la nuestra y a lo que nosotras estamos acostumbradas. El simple hecho de ir al mercado, rellenar un curriculum, o saber decir y escribir su dirección, resulta para ellas algo absolutamente complicado.
Durante este tiempo que llevo colaborando, hace unos seis meses, hemos hecho varias actividades: hemos celebrado el día de la mujer trabajadora, mostrándoles varias mujeres importantes que han influido en la vida del mundo, les hemos enseñado la Casa de la Mujer en Zaragoza, donde saben que pueden acudir cuando lo necesiten, y otras de diferentes tipos.
Es muy gratificante saber que les haces partícipes en la integración sociocultural y de esta manera están un poquito menos aisladas ya que esta integración está en las cosas más elementales: hacer la compra, saber que en la farmacia puedes encontrar gafas para leer, saber leer las paradas del tranvía y del autobús, etc.
El respeto en las clases es mutuo, nosotras respetamos sus costumbres y ellas se asombran con nuestras enseñanzas, pienso que esta es una forma de enseñar a los demás mejorando la sociedad. Las alumnas vienen a nuestras clases de inserción y van aprendiendo nuestro idioma para saber desenvolverse en el día a día en nuestro país y en sus costumbres. Es una forma de ayuda también a muchas personas en exclusión social por idioma, cultura o raza.
Esta experiencia te cambia la vida, la percepción de la vida. Se abre tu espíritu, tu mente, te haces más humano al participar de las carencias por las que pasan muchas personas y que tú das por normal el poseerlas.
Es una experiencia maravillosa en todos los sentidos y desde aquí quiero animarte a que te comprometas con ella.
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